DÍA DE REYES
Hace
poco paseaba con mi familia por las calles abarrotadas de la capital. Los
transeúntes se cruzaban con nosotros cargados de bolsas y regalos. Mi hijo,
extrañado, me preguntó por qué la gente compraba tantos paquetes cuando los
Reyes estaban a punto de llegar, “¿por qué no se los piden a ellos?”. Ese
inocente comentario me hizo reflexionar sobre cómo ha evolucionado tal día como
hoy desde hace apenas sesenta años.
Mi
abuelo me contaba, entre risas y alguna que otra lágrima que evocaba la dureza
de un tiempo pasado, cómo para él los Reyes marcaron sus primeras alegrías.
Recordaba con orgullo un coche de latón con el que solía jugar.
La
generación de mis padres no lo pasó mejor. Una infancia marcada por una férrea
posguerra dejó sus huellas en los escasos regalos que los de Oriente dejaban en
sus ajados zapatos. Unas castañas o un parchís de madera se contaban entre lo
más selecto de los obsequios con los que los tres magos premiaban el
comportamiento de unos niños que pasaron su infancia marcados por un conflicto
que ellos no habían causado. Cuántas veces habré oído a las vecinas de mis
padres, muchas de ellas coetáneas, relatar sus juegos con muñecas de trapo que
llevaban vestidos o chaquetas del color de aquel vestido que la pequeña de la
familia ya no usaría más puesto que estaba demasiado estropeado y cuyo pelo era
igual a la lana con la que su madre había tejido un jersey para el mayor, para
que no cogiera frío cuando salía al campo a cosechar.
Mi
generación empezó a disfrutar de los primeros coches teledirigidos
popularizados, de bicicletas o patines. Las niñas recibían sus primeras Nancys
y sus Lucas; luego llegaron las Barbies con sus Kents y las casas mostraban sus
primeros años de bonanza que han ido aumentando según el estado de bienestar se
ha ido asentando en nuestros hogares. Ya no había límite para unos hijos que
tenían que disfrutar “aquello que nosotros no tuvimos”.
Los
últimos años han estado marcados por un bombardeo comercial. Multitud de
catálogos inundan nuestros buzones desde principios de noviembre y los niños se
dejan seducir por las últimas tecnologías y los muñecos que hacen de todo y se
convierten en todo. Sin embargo, hoy he escuchado en las noticias que en estos
últimos años la crisis ha provocado que en muchos domicilios los Reyes hayan
visto mermado su presupuesto para regalos y por este motivo han descendido
tanto el número como la cuantía de los presentes.
Y yo, sigo haciéndome
una reflexión, ¿lo que importa es el valor del regalo? Indudablemente lo
realmente importante es ver la cara de tu hijo abriendo los paquetes que han
dejado los Reyes bajo el árbol, al lado de sus zapatos que con tanta ilusión
colocaron la noche anterior, antes de irse a la cama a seguir soñando con los
tres magos de Oriente que vendrán un año más cargados de imaginación e ilusión.
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