Estaba exhausta. Las últimas horas habían
sido agotadoras. El último esfuerzo la había dejado agotada; notaba las gotas
de sudor resbalar por su frente; apenas podía llenar sus pulmones con el aire
que se negaba a entrar por sus fosas nasales. Cerró los ojos. Estaba al borde
del desfallecimiento.
Entonces escuchó esa especie de música. Jamás
había escuchado nada similar. Sintió que una energía sobrenatural invadía de
nuevo su cuerpo; se colaba por sus oídos y llegaba alegre a su cerebro produciendo
un efecto placentero y reconfortante.
Alguien le tocó suavemente en el hombro. Ella
abrió los ojos. Una enfermera ponía sobre su pecho al hijo que acababa de
nacer.
Precioso y único ese momento del alumbramiento, donde del sopor del esfuerzo surte el regalo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Realmente muy bello. Un abrazo, amigo.
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